sábado, 20 de agosto de 2011

3. 11 de Diciembre, 1888

  –Cada vez hay más ratas...
  Sophie dio un respingo y se subió a la silla de nuevo.
  –¡Calla! ¡Calla y mátala!
  Elizabeth se agachó frente a la alacena por tercera vez, escoba en mano, sacando de todo de debajo del mueble menos al animal, que se agazapaba en la oscuridad y mordía las cerdas de la escoba.
  –¡Pero quieres matarla, niña tonta!
  –¡Que no puedo!– Veía los ojillos negros de la rata brillando en las sombras entre dentellada y dentellada–. Está en un rincón, no sale.
  –¡Usa un maldito cuchillo!
  –¡No voy a acuchillarla!– mientras la otra mujer le chillaba desde lo alto de la silla, ella le daba la vuelta a la escoba, tratando de empujar al roedor hacia el exterior con el mango, arrastrándolo, pero no había manera; sólo las pelusas se dignaban a salir de allí, revoloteando alrededor de la nariz de Elizabeth–. Ugh, cuánto polvo...
  –Polvo, polvo, ¡si es que no limpias!
  La chica se incorporó, mareada, estornudando como podía en su mano, con los ojos irritados y llorosos, tratando de encontrar un pañuelo en el bolsillo de su delantal. Sophie la miraba y después volvía los ojos azules a la alacena en una mueca de terror, como si viera al enemigo que allí se escondía, aguantándose las faldas con ambas manos y encorvada entre temblores.
  Una de las puertas de la cocina daba a la calle para evitarle a los señores el olorcillo a pescado fresco y patatas en el vestíbulo, y aquella mañana, cuando repentinamente se abrió de par en par, hizo temblar hasta las copas. Cuán grande sería el estruendo que la rata salió corriendo de su escondite, espantada, buscando la salida y provocando a su paso una serie de aspavientos, escobazos y gritos que sólo cesó cuando el pobre animal huyó por entre las piernas del lechero, que contemplaba la escena con cara de susto.
  –Perdón– balbució desde la puerta–. Ha sido el viento, cómo sopla, ¿no?– Los ojos se le iban hacia Sophie a la par que sonreía tímidamente–. Os dejo la leche aquí dentro... Buenos días.
  Explicarle lo de la rata no hubiera servido de mucho; el mal estaba hecho y el lechero pensaba que se había topado con dos criadas histéricas. Se marchó cerrando la puerta con cuidado. La mueca de Sophie, aún en lo alto de la silla y completamente colorada, sería difícil de calificar. Elizabeth le dirigió una mirada significativa.
  –Conque Johnny, ¿eh?– El comentario le valió un sonoro cogotazo–. ¡Ay! Pues parece más joven que tú.
  –Tú hoy quieres recibir, ¿no?– La mujer bajó de su torre y se ajustó la cofia, lanzándole una mirada de advertencia–. Como se te ocurra decirle algo a Brigitte te tragas la escoba... ¿Y qué estás haciendo aquí? Anda, vuélvete a limpiar, ¡que me tienes harta!
  –¡Encima! ¿A mí quién me ha llamado por la rata...?
  –Rata, rata, te voy a dar yo a ti rata...
  Elizabeth logró escabullirse antes de que la cocinera la agarrara de una trenza, riéndose. En cuanto se vio fuera de la cocina recobró la compostura y se dispuso a cargarse los brazos con diversos trapos y bayetas. La biblioteca, le había dicho Brigitte; nadie entraba allí, ¿por qué tenía que limpiarla? Nunca había comprendido por qué le tocaba a ella encender un fuego en el que nadie se calentaba, poner en hora aquellos relojes olvidados y abrir los libros sólo para quitarles las telarañas. Ahí sólo se "hacían negocios", y eso era lo que le decían siempre que preguntaba demasiado.
  Suspiró. Se sentía las manos resecas, le dolían los pies, tenía la nariz húmeda y bastante hambre; el polvo de las bayetas parecía metérsele bajo las uñas y entre los pliegues de la piel, los zapatos le venían dos tallas pequeños, se había pasado la mañana barriendo y ojalá no fuera tan bocazas y pudiera volver a las cocinas a pedirle a Sophie alguna cosilla de comer. Se estaba agachando para aflojarse los botines cuando notó que alguien la rozaba por detrás.
  –¿Qué haces, Elizabeth?
  Palideció.
  Victor.
  –N-nada, señor...– Se incorporó a toda prisa, haciendo una pequeña reverencia–. Se me había caído un trapo. Disculpe, iba a la biblioteca...
  Trató de escabullirse por su derecha y él le cortó el paso, sonriente, sin apartar sus ojos azules de ella. Elizabeth lo miró; él parecía un ángel, resplandeciente. Se diría que emanaba luz y paz cada vez que sonreía.
  Ella se estremeció.
  Era un rostro aterrador.
  –No es necesaria tanta prisa– dijo suavemente Victor, el primogénito de los Woodmore, acercando una mano a su mejilla–. La biblioteca no va a moverse de donde está... Hacía tiempo que no te veía tan sola...
  La criada trató de retroceder y se encontró con la pared. Le temblaban las manos, y estaba a punto de suplicar cuando desde la escalera les llego una voz atronadora.
  –¡Beth! Llevo horas buscándote, ¿qué haces que no estás en la biblioteca? Como tenga que volver a...
  –¡Y-ya voy!– La chica se apartó del joven como impulsada por un resorte, encogiéndose igual de rápido al ver a Brigitte en las escaleras, mirándola como un verdugo–. Lo... lo siento, me entretuve...– Tenía los ojos llenos de lágrimas, y no sabía si era de alegría o terror por ver a la mujer–. Ahora m-mismo voy...
  –Más te vale, niña, ¡esos libros tendrían que estar ya limpios!
  Una jauría de perros no habría parecido la mitad de ruidosa. Elizabeth asintió y salió corriendo. La mujer mantuvo la mirada clavada en la joven criada hasta que la vio desaparecer tras la puerta de la biblioteca. Se volvió malhumorada.
  Victor ya no estaba allí.

  En esto pensaba Elizabeth mientras sacaba brillo al lomo de Historia del Real Regimiento de Artilleria.
  Se sorbió los mocos y puso el libro en su sitio.
  A ellos nadie los molestaba, pensó. ¿Por qué no podría ser ella como esos libros? Si la dejaran quietecita en su estante sería feliz. Se puso de puntillas en el taburete para llegar a la siguiente fila de libros, estirando el brazo todo lo que podía. No estaba segura de qué le hacía Victor ni por qué, sólo que la hacía sentir muy mal, como si quisiera desaparecer. Movía la mano sobre su cabeza, limpiando a tientas los objetos a los que llegaba. Se le aceleraba el corazón y tenía ganas de llorar cuando le hablaba, pero era peor si la encontraba a solas, en algún recodo de los pasillos. Pasó el trapo a ciegas por un reloj de sobremesa de ébano con tallas de marfil y plata que representaban escenas del Asno de Oro, de Apuleyo. Se estremeció y notó cómo se le anegaban en lágrimas los ojos de nuevo; no sabía qué hacer, ella sólo era una criada. En cada pata del reloj había una lechuza, y las garras de una atrapaban el pedazo de tela polvoriento; Eros y Psique contemplaban el llanto de la muchacha desde cada lado de la esfera de nácar. Trastabilló al intentar liberar el trapo, tirando, pero se agarró a tiempo a la estantería; ojalá pudiera acabar con aquella vida de algún modo. En lo alto del reloj un irónica cabeza de asno labrada en plata se apiadaba de Elizabeth, que tenía la vista completamente empañada y no se daba cuenta de lo que iba a suceder. La joven tiró de nuevo, con más fuerza, entre sollozos quedos, pensando que la tela se había quedado atrapada entre dos libros. El reloj cayó y tras él el tiempo, que se detuvo cuando el Asno de Oro chocó contra su cabeza.
  La niña desapareció.
  Ya sólo hubo oscuridad.


6 comentarios:

  1. Joer, pobrecica Lo! ;^; El Victor ese la debe estar acosando noche y día... (Eso no le quita lo hurrr pyotroso xD)

    Vaya tocho que has escrito esta vez hija!! Tantas horas ha merecido la pena xD Me ha gustado mucho :_3 Espero ver más pronto!!

    ResponderEliminar
  2. Yo SÉ que esta entrada está dedicada a mí, jorjorjorjorjorjorjorjor!! <3

    Aiiinn, mi dulce pequeñuela bocazas... menos mal que tiene la cabeza dura como un adoquín (como yo) <3

    Veo que el guarreras de Victor ya empieza a interesarse en las niñas lindas con trenzas... marrrditou!

    ResponderEliminar
  3. Me gusta mucho esta parte, te hace ver como se sentia la pobrecica niña >.<

    Y ese Victor... hum... mucho malestar crea, a ver si se lleva ya lo suyo... XDDD

    ResponderEliminar
  4. Oh, que historia más buena...Me acabo de leer esto y creo que me voy a enganchar. Te enlazo en favoritos

    ResponderEliminar
  5. Nicasia: muchas gracias!! <3 me alegro de que te guste, espero no decepcionarte en los siguientes capítulos!

    ResponderEliminar
  6. Wiiiijijijijiji, ya sabía yo que le iba a gustar, jojojo! <3

    ResponderEliminar