El humo se acumulaba bajo el paraguas.
Mientras esperaba a que el cigarro se consumiera el chirrido de una cabina telefónica al abrirse rompió el silencio de la mañana. Nadie entró; la pálida figura de una niña descalza me miró antes de salir de allí y alejarse corriendo.
Aquel día la señora McFarland no salió a tirar la basura.
La lluvia cada vez era más fuerte, y su sonido se mezclaba con el televisor en la trastienda, que repetía monótonamente las noticias del periódico frente a mis ojos.
“...llamada anónima en la madrugada del día de ayer. Frente a la Central de Policía de Shoreditch se ha encontrado una saca que contenía los restos de un cuerpo desmembrado. Según los primeros informes se trata del cadáver incompleto, en avanzado estado de descomposición, de un varón de entre cuarenta y cincuenta años. Estamos a la espera de más datos, pero por lo que sabemos las constantes lluvias están dificultando la investigación, y no se descarta que...”
Alcé la vista, esa era nueva. Cuando fui a levantarme para salir del mostrador noté algo blando bajo el pie. Mi gato maulló; estaba pisando el regalo que me traía.
El tabaco, cuán terrible adicción. La tormenta descargaba toda su fuerza en aquel instante, y el mundo aparecía borroso tras los finos barrotes de agua que caían del paraguas. Apoyado contra la pared escuché una bicicleta derrapar en los charcos y unos pasos que se acercaban entre maldiciones.
–Buenos días, Pyotr.
–¿¡
Buenos!?– Sí, un saludo poco acertado. El ruso metió la bicicleta en el portal y se asomó de nuevo–. ¿Mi libro ha...?
–Sabes que no. Tendrías que preocuparte más por conseguir un paraguas.
–No sabía que lloverá.
–¿No miras las noticias? Deberías– No pude evitar reírme-. Lo avisaron anoche.
–No tengo tele...
–¿No? Tampoco te pierdes mucho: una joyería atracada, tres muertos en un choque de carretera, un cadáver descuartizado y un par de casos de corrupción...– La actualidad le alegraba el día a cualquiera–. ¿Cómo estás, aparte de empapado?– Chasqueé los dedos frente a sus narices.
–¿Eh? Ah... Perdón, un mal día; no dormí mucho, ha habido un jaleo impresionante, gritos de madrugada y ruido por la escalera, no sé qué pasa. Creo que Eir era la que chillaba... y encima alguien intenta entrar en mi casa también, o algo, todo muy raro; escuché a alguien en la puerta. Y cuando duermo ya es hora de levantarme y, encima, al salir veo una rata así de grande muerta en el portal...
Conmovedor. Me pregunté tontamente si la pelirroja debió de encontrarse con la rata, ponerse a chillar, matarla y tirarla por el hueco de la escalera. Una idea absurda, cómica, que ojalá hubiera sucedido.
El humo se acumulaba bajo el paraguas.
–Que no te extrañe... Cada vez hay más ratas.