Todo el mundo esconde algo; lo que nos hace diferentes es el qué.
Había pasado más de una semana desde la última vez que la había visto. Cuando entró en la librería, pálida y ojerosa, se le doblaban las rodillas al caminar. Debió de musitar un saludo, sus labios se movieron antes de que se deslizara hacia las estanterías llenas de libros. A saber qué buscaría. Era la primera vez que entraba en mi tienda y el reloj sonaba a mi espalda; sí, lo sabía, era una hora extraña para salir de compras.
– Enhorabuena por lo del periódico.
Eir se volvió hacia mí en un gesto mecánico, en tensión.
– ¿Eh?
– Las fotografías de los rayos...– Habían aparecido en un par de periódicos acompañando aquellas frases de "una de las mayores tormentas eléctricas que ha visto Londres"–. Al final lo conseguiste.
– Ah, sí...
Pareció relajarse un tanto, apartó la vista de mí. O quizá miraba a mi gato. Seguía pegada a las estanterías, como sin decidirse.
– ¿Puedo ayudarte?
– Eh... Bueno, estaba sólo mirando– Detesto esa frase–. Buscaba algún libro no muy pesado... no sé.
Aprecio a esos clientes que vienen con las ideas claras. "Algún libro no muy pesado"... así va el mundo. Pero decidí no hacer una montaña de un grano de arena; ¿qué tenía más a mano? ¿Qué me inspiraba aquel día lluvioso? Nunca me ha gustado vender basura, así que, puestos a elegir, le acerqué una edición de bolsillo de los cuentos de Bram Stoker.
Fue un gesto mecánico.
– Son cuentos cortos, así que no es nada pesado.
– Oh... – Fisher... sí, se le quedó cara de pez. Hojeaba una esquina del libro con el pulgar mientras hacía como que leía la reseña–. "El Entierro de las Ratas y Otros Cuentos". Vale, me lo llevo.
Sé que lo dijo por quedar bien, pero no chisté. Tenía una expresión tan extraña que nunca llegué a saber si quería salir de la librería corriendo o encadenarse al mostrador.
Por aquel entonces yo no contaba con ningún as en la manga. Todavía no sabía qué había pasado, ni me lo imaginaba. En caso contrario, ¿le habría dado otro libro? Si las circunstancias hubieran sido otras, ¿qué habría hecho? ¿Habría cambiado mi decisión el curso de los acontecimientos? Claramente las tuercas se ajustaron en mi cerebro para coger ese libro. Pero no me gusta hacer conjeturas al vacío. La pelirroja salió de la tienda después de pagarme y rascarle la papada a mi gato.
– Tiene el hocico sucio– dijo ella.
Sí, había estado cazando; era sangre de rata.
Pero no le dije eso.
Había pasado más de una semana desde la última vez que la había visto. Cuando entró en la librería, pálida y ojerosa, se le doblaban las rodillas al caminar. Debió de musitar un saludo, sus labios se movieron antes de que se deslizara hacia las estanterías llenas de libros. A saber qué buscaría. Era la primera vez que entraba en mi tienda y el reloj sonaba a mi espalda; sí, lo sabía, era una hora extraña para salir de compras.
– Enhorabuena por lo del periódico.
Eir se volvió hacia mí en un gesto mecánico, en tensión.
– ¿Eh?
– Las fotografías de los rayos...– Habían aparecido en un par de periódicos acompañando aquellas frases de "una de las mayores tormentas eléctricas que ha visto Londres"–. Al final lo conseguiste.
– Ah, sí...
Pareció relajarse un tanto, apartó la vista de mí. O quizá miraba a mi gato. Seguía pegada a las estanterías, como sin decidirse.
– ¿Puedo ayudarte?
– Eh... Bueno, estaba sólo mirando– Detesto esa frase–. Buscaba algún libro no muy pesado... no sé.
Aprecio a esos clientes que vienen con las ideas claras. "Algún libro no muy pesado"... así va el mundo. Pero decidí no hacer una montaña de un grano de arena; ¿qué tenía más a mano? ¿Qué me inspiraba aquel día lluvioso? Nunca me ha gustado vender basura, así que, puestos a elegir, le acerqué una edición de bolsillo de los cuentos de Bram Stoker.
Fue un gesto mecánico.
– Son cuentos cortos, así que no es nada pesado.
– Oh... – Fisher... sí, se le quedó cara de pez. Hojeaba una esquina del libro con el pulgar mientras hacía como que leía la reseña–. "El Entierro de las Ratas y Otros Cuentos". Vale, me lo llevo.
Sé que lo dijo por quedar bien, pero no chisté. Tenía una expresión tan extraña que nunca llegué a saber si quería salir de la librería corriendo o encadenarse al mostrador.
Por aquel entonces yo no contaba con ningún as en la manga. Todavía no sabía qué había pasado, ni me lo imaginaba. En caso contrario, ¿le habría dado otro libro? Si las circunstancias hubieran sido otras, ¿qué habría hecho? ¿Habría cambiado mi decisión el curso de los acontecimientos? Claramente las tuercas se ajustaron en mi cerebro para coger ese libro. Pero no me gusta hacer conjeturas al vacío. La pelirroja salió de la tienda después de pagarme y rascarle la papada a mi gato.
– Tiene el hocico sucio– dijo ella.
Sí, había estado cazando; era sangre de rata.
Pero no le dije eso.